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¿QUIÉN PIENSA Y QUIÉN HACE LA POLÍTICA?




Edilberto Lasso Cárdenas

La preocupación por la reelección presidencial en Colombia sigue generando entre los ciudadanos, intelectuales y políticos una serie de tensiones y sentimientos radicales entre quienes la acogen con vehemencia y quienes la rechazan con contundencia. Mientras muchos sectores sociales abogan por la continuidad de la política de seguridad del Presidente Uribe, otro tanto ve, en la posibilidad de reelección, un claro atentado contra la constitución política del 91, y, por ende, contra los principios democráticos, lo que desencadenaría, según éstos, en un poder autoritario.

Maquiavelo puede representar en estos momentos un motivo de reflexión en cuanto que nos traslada la preocupación política a quienes participamos o nos marginamos de la actividad política del país. Cabe decir que Maquiavelo nos ofrece el sentido político y el perfil del hombre político de su tiempo.

Así como Platón confesó que se había dedicado a la filosofía al ver frustrada su carrera política, Hegel lanzó, en similar circunstancia, una idea aplicada a los pensadores políticos: “aquello que un pueblo no puede realizar irrumpe como pensamiento”. De modo que, aunque estos dos filósofos se situaron en épocas muy distintas coincidieron al afirmar, si se puede llamar así, que el pensamiento político parece ser la compensación de la imposibilidad de actuar. Así lo reflejaron algunos filósofos. Las obras teóricas de Marx se consolidaron en su exilio y en la derrota de la revolución de 1848. Maquiavelo escribió el Príncipe en el exilio, como consecuencia de la derrota de César Borgia, de quien había aspirado a ser el consejero de gobierno.

Posiblemente se escribe lo que no se puede hacer. En este sentido Alvin Gouldner consideró que la teoría política era una actividad que se sustentaba cuando la época no correspondía a su ideología y se hacía necesario compensar fracasos, derrotas o indiferencia. Continúa señalando que los hombres de acción, por el contrario, no tienen tiempo para escribir, y cuando lo hacen es con frecuencia para ocultar sus verdaderas intenciones.

En esta tónica política Maquiavelo encaró los temas que aún en estos inicios del siglo XXI siguen vigentes, la separación entre: ética y política, idealismo moral y realismo político, fines y medios. Al ciudadano no le queda más que inclinarse por una de las respuestas: la democrática o la autoritaria. La alternativa democrática, dando su parte de razón a Maquiavelo, admite el elemento de inmoralidad inherente a toda política pero cree en la posibilidad de establecer reglas de comportamiento para controlarla y limitarla. Aun reconociendo que la identidad entre moral y política es una utopía inalcanzable, tratará de aproximarse lo más posible.

La alternativa autoritaria, por el contrario, afirma y reivindica la separación entre ética y política, no ya como un mal necesario, sino como deseable. Esta última posición, identificada con la versión vulgarizada del maquiavelismo, según la cual el fin justifica el empleo de cualquier medio, se actualiza en las sociedades totalitarias del momento, disfrazadas de democracias y que continúan manteniendo las características propias de las cortes renacentistas: un príncipe arbitrario y omnipotente, individuos aduladores, espías, bufones, intrigas de palacio, traiciones, crímenes políticos, violencia y engaños.

En el marco del surgimiento de las monarquías nacionales, el gobernante o mejor aún, El Príncipe de Maquiavelo debía poseer unas cualidades que le llevarían a conseguir el poder y a mantenerse en él. En EL Príncipe, capítulo XVIII dirá: “cuán loable es, en un príncipe, mantener la palabra dada y comportarse con integridad y no con astucia. Todo el mundo lo sabe. Sin embargo la experiencia, muestra en nuestro tiempo, que quienes han hecho grandes cosas han sido los príncipes que han tenido pocos miramientos hacia sus propias promesas y que han sabido burlar con astucia el ingenio de los hombres”.

Maquiavelo tiene mucho que decir hoy, pero también contra hoy; pretende eliminar la corrupción presente en la política porque está presente en la naturaleza humana. Por eso el gobernador, en un principio debe identificarse con la capacidad de especificar los medios necesarios para un determinado fin y aplicarlos en su totalidad. Sobresale quien posea la astucia -las leyes, lo propio del hombre- pero también quien detenta la fuerza -propia de la bestia- . Un príncipe está “obligado a saber utilizar correctamente la bestia” y elegir entre la zorra y el león porque la zorra no se protege de los lobos ni el león de las trampas, siendo “necesario, por tanto, ser zorra para conocer las trampas y león para amedrentar a los lobos”. Este tipo de conducta viene marcada por la energía y la decisión más que como pura violencia.

Desde esta perspectiva, parecería que Maquiavelo propone una nueva política. Frente a la fuerza, como violencia que rompe el orden social y se contrapone al bien común, está la astucia, habilidad para saberse mover en una realidad cambiante y compleja en aras de asegurar el buen desarrollo de la vida social -la ley-. Frente a la crueldad está la piedad y frente a la ambición está la prudencia. Se trata entonces de proponer una nueva forma de ver, entender y actuar en ese nuevo mundo emergente que le tocó vivir a Maquiavelo.

Por lo anterior, se perciben dos puntos débiles en Maquiavelo, por una parte la interpretación que hace de la historia es unilateralmente política; ella es considerada sólo como una técnica para lograr y mantener el poder en tanto ignoraba las condiciones sociales y económicas. Por otra parte, se oponía a la concepción optimista de la sociedad. En su lugar, ponía una concepción pesimista del hombre según la cual “los hombres son hipócritas, rencorosos, inconstantes, cínicos y desagradecidos”. Por eso, si según Maquiavelo, las masas son egoístas, indóciles, apáticas, entonces ¿quién debe gobernar? La respuesta es la teoría de las élites; unos pocos hombres serían los elegidos para gobernar. Pero quedaría un dilema, puesto que no existe ningún objetivo elevado para gobernar, ¿cuál sería el motivo por el cual unos pocos hombres sacrificarían la comodidad de sus vidas privadas para gobernar a los demás? La respuesta está implícita, según Maquiavelo, en la voluntad de poder, una fuerza vital, biológica o psicológica que impulsaría irresistiblemente a algunos hombres a pensar, a actuar y a mandar en lo político.

Aquí se abre paso a una serie de preguntas que pueden suscitar mayor indagación, juicio y problematización de los niños y adolescentes interesados o esperanzados en construir escenarios de convivencia: ¿qué lleva a un exministro o expresidente a opinar de la política cuando no fue capaz de practicarla en el momento que le correspondió hacerlo? ¿Qué juicio emitiría Maquiavelo frente a quiénes se han perpetuado en el poder (llámese partidos políticos o apellidos de familias prestantes) como a quienes se han resignado a obedecer ciegamente? ¿Es preferible apostarle a liderazgos políticos más colectivos que individuales? ¿Qué virtudes diferencian a un liderazgo político latinoamericano de liderazgos políticos europeos, orientales o norteamericanos? ¿En qué sentido los personeros, los alcaldes y los consejos de clase de las instituciones educativas reproducen las virtudes o vicios de la clase política imperante? ¿En qué situaciones o circunstancias un líder podría vincular favorablemente la teoría y la práctica políticas?
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