

Edilberto Lasso Cárdenas
El mito de la caverna de Platón es un pretexto para que el autobiógrafo se aventure por la vía de la reflexión y se distancie de quien insiste en anclarse definitivamente en el pasado o presente acríticos. La vía reflexiva que adopta el autobiógrafo es la actitud de un sujeto que emprende una misión con las manos vacías; un soñador, un aventurero que le persigue el deseo de viajar, de éxodo y de exilio. Ese personaje es semejante a Sócrates; sale de la caverna a la que estaba acostumbrado, y ve las cosas de otra manera. Por el contrario, el individuo acrítico es aquel que se mantiene en una actitud quietista, teme encontrarse consigo mismo y con el otro. La sociedad que asume esta función es aquella que confía a manos extrañas su destino; vigila, condena y domestica los sueños de los niños. Está sujeta a un poder sin rostro, a un funcionario que obedece ciegamente, a una soledad vigilada –la vigilancia total de la que habla Michael Foucault-. Gregorio Samsa, en la Metamorfosis de Kafka, corrobora la angustia existencial que le provoca y le impone una sociedad dominada por la lógica de la burocracia y de la razón instrumental. La imagen del infierno tiene aquí sentido si recuperamos las palabras de Dante en la Divina Comedia: “(...) los que entréis abandonad toda esperanza...”.
Participamos de un momento histórico interesante y complejo a la vez; se han incrementado y facilitado, en esta aldea global, diversas formas de comunicación -internet, chat-, pero lo paradójico es que entre más próximos creemos sentir a los lejanos, más lejanos nos sentimos de quienes tenemos cerca. Mientras nos informamos inmediatamente de sucesos de países distantes y diversos, inadvertimos la riqueza cultural de nuestro país; decimos ser los pregoneros de la universalidad del individuo pero huimos de los demás, nos sentimos solos y preferimos vivir en un conjunto cerrado.
No hemos dado un paso cuando la sociedad ya nos tiene diseñado las cavernas que aseguran las necesidades y dependencias creadas. Creemos estar al tanto de la época sin caer en cuenta que no son más que las sombras y que la luz no es la luz del sol sino la luz que irradian las antorchas de las que habla Platón. Desde ese mundo de sombras construimos modelos pedagógicos, validamos proyectos, indicamos los caminos, justificamos nuestras acciones, censuramos a quienes “van en contravía”. En fin, desde esa caverna no estamos haciendo otra cosa que, en palabras de Platón, mantenernos amarrados con cadenas, esto es, adoctrinados, cortados las alas, arrebatados los sueños.
El mito de la caverna cuenta que una vez que Sócrates, al que llamo místico, sale de ella, la LUZ del sol lo encandila. Esa LUZ le desequilibra conceptualmente, le genera duda de cuanto sabe. El miedo y la incertidumbre se apoderan de él. Paulatinamente va a reconocer, según Kant, la minoría de edad en que se encuentra; esta situación va a ser determinante para salir de la caverna para lanzarse a la aventura; para poner en entredicho, como Nietzsche, los valores morales imperantes; para salir de todo determinismo y arriesgarse responsablemente, como los Existencialistas, a existir sin metas prefijadas.
El místico se internó nuevamente en la caverna para despertar y desequilibrar a quienes permanecían en ella. No lo aceptaron, se resistieron a todo cambio, le señalaron de inconforme y loco. Sócrates no tuvo otra opción que salir mentalmente de la caverna y dedicarse a buscar la sabiduría. Sus diálogos estaban impregnados de justicia; reconoció que no sabía; optó por el dialogo de manera inteligente; aguijoneaba e incomodaba por su forma de preguntar; desestabilizó a quienes se consideraban “seguros portadores de la verdad”.
Seguramente profesamos particular admiración por ciertas personas reales o ficticias que hemos conocido, visto o leído y que valoramos su mentalidad soñadora, visionaria e impregnada de una locura que contagia y que va más allá de lo establecido o programado. Que tal Don Quijote de la mancha, un aventuro incansable que no cesaba de soñar e imaginarse estar al lado de la dama de sus sueños, Dulcinea. Tal vez en una de esas correrías desearíamos sentarnos con Don Quijote para que nos permita participar de sus locuras y para que con él nos aferremos no a las ideas sino a los ideales.
Hay quienes preferirían visitar a Charles Chaplin y a Cantinflas, dos apasionados de la ironía, del humor crítico e inteligente. Sin duda que se sentirían privilegiados de contemplar la manera como les sigue hablando con sus gestos, con su silencio...con sus poros. Le pedirían, probablemente, que con sus risas hagan reír a las estructuras e instituciones que se empeñan en aparentar seguridad y dureza. Otros se irían de viaje con Copérnico y Galileo para leer las nuevas páginas de la naturaleza. No faltarían, desde luego, quienes se unirían a la inconformidad y al espíritu profético de Martín Lutero para enfrentar con valor la censura, el señalamiento y la negación del Otro. Desde luego que habría un buen número de curiosos que se reunirían con Popper, Ricoeur y Carnap para ventilar problemas, dudas y preguntas filósóficas. Y así seguiríamos sumándonos a voces que aún vibran en los corazones pacíficos, misericordiosos y comprometidos con los pobres como la Madre Teresa de Calcuta, Monseñor Romero, Pedro Casaldáliga, Ulcué Chocué, Alcides, entre otros.
Si volvemos la mirada a nuestros jóvenes de diversos contextos - académicos, laborales y recreativos- seguramente que podríamos ver en sus palabras, acciones y decisiones la mentalidad con la que fueron educados al interior de sus familias e instituciones académicas. En algunos se percibe el espíritu de caverna y en los otros, el espíritu de soñador. En los primeros, considero a aquellos que desde su más tierna edad han sido sometidos a vivir en una “burbuja”, protegidos contra todo tipo de “contaminación social”; en sus sueños hay huellas de domesticación; las búsquedas de iniciativas se fueron esfumando gradualmente; la responsabilidad personal y social está ahora delegada a instancias de poder; ya se acostumbraron a competir indiscriminadamente con quienes creció juntos.
Por el contrario, quien fue formado con espíritu soñador, a quien llamo autobiógrafo, aprende a combinar en su propia vida las mil pinturas; se arriesga a pintar de verde el sol; abraza con ternura a cada flor. Vincula a su propia narración a Caperucita Roja, a Harry Potter, a Mafalda, a Blanca Nieves, a Pulgarcito y a Cuasimodo. Con ellos arma narraciones multívocas y dialogantes.
Finalmente, quienes tenemos una responsabilidad con nuestro país debemos preguntarnos si conservamos un espíritu soñador o mantenemos un espíritu de caverna. Seguramente nuestros estudiantes o las personas con quienes mantenemos múltiples contactos nos evalúan en uno u otro sentido. Lo importante es reconocer esa perspectiva y discernirla para dar giros radicales o para conservar el frescor de un espíritu que no cesa de ejercer un espíritu autorreflexivo en aras de hacer consciente y explícita una labor, una búsqueda intelectual o una acción moral.
Participamos de un momento histórico interesante y complejo a la vez; se han incrementado y facilitado, en esta aldea global, diversas formas de comunicación -internet, chat-, pero lo paradójico es que entre más próximos creemos sentir a los lejanos, más lejanos nos sentimos de quienes tenemos cerca. Mientras nos informamos inmediatamente de sucesos de países distantes y diversos, inadvertimos la riqueza cultural de nuestro país; decimos ser los pregoneros de la universalidad del individuo pero huimos de los demás, nos sentimos solos y preferimos vivir en un conjunto cerrado.
No hemos dado un paso cuando la sociedad ya nos tiene diseñado las cavernas que aseguran las necesidades y dependencias creadas. Creemos estar al tanto de la época sin caer en cuenta que no son más que las sombras y que la luz no es la luz del sol sino la luz que irradian las antorchas de las que habla Platón. Desde ese mundo de sombras construimos modelos pedagógicos, validamos proyectos, indicamos los caminos, justificamos nuestras acciones, censuramos a quienes “van en contravía”. En fin, desde esa caverna no estamos haciendo otra cosa que, en palabras de Platón, mantenernos amarrados con cadenas, esto es, adoctrinados, cortados las alas, arrebatados los sueños.
El mito de la caverna cuenta que una vez que Sócrates, al que llamo místico, sale de ella, la LUZ del sol lo encandila. Esa LUZ le desequilibra conceptualmente, le genera duda de cuanto sabe. El miedo y la incertidumbre se apoderan de él. Paulatinamente va a reconocer, según Kant, la minoría de edad en que se encuentra; esta situación va a ser determinante para salir de la caverna para lanzarse a la aventura; para poner en entredicho, como Nietzsche, los valores morales imperantes; para salir de todo determinismo y arriesgarse responsablemente, como los Existencialistas, a existir sin metas prefijadas.
El místico se internó nuevamente en la caverna para despertar y desequilibrar a quienes permanecían en ella. No lo aceptaron, se resistieron a todo cambio, le señalaron de inconforme y loco. Sócrates no tuvo otra opción que salir mentalmente de la caverna y dedicarse a buscar la sabiduría. Sus diálogos estaban impregnados de justicia; reconoció que no sabía; optó por el dialogo de manera inteligente; aguijoneaba e incomodaba por su forma de preguntar; desestabilizó a quienes se consideraban “seguros portadores de la verdad”.
Seguramente profesamos particular admiración por ciertas personas reales o ficticias que hemos conocido, visto o leído y que valoramos su mentalidad soñadora, visionaria e impregnada de una locura que contagia y que va más allá de lo establecido o programado. Que tal Don Quijote de la mancha, un aventuro incansable que no cesaba de soñar e imaginarse estar al lado de la dama de sus sueños, Dulcinea. Tal vez en una de esas correrías desearíamos sentarnos con Don Quijote para que nos permita participar de sus locuras y para que con él nos aferremos no a las ideas sino a los ideales.
Hay quienes preferirían visitar a Charles Chaplin y a Cantinflas, dos apasionados de la ironía, del humor crítico e inteligente. Sin duda que se sentirían privilegiados de contemplar la manera como les sigue hablando con sus gestos, con su silencio...con sus poros. Le pedirían, probablemente, que con sus risas hagan reír a las estructuras e instituciones que se empeñan en aparentar seguridad y dureza. Otros se irían de viaje con Copérnico y Galileo para leer las nuevas páginas de la naturaleza. No faltarían, desde luego, quienes se unirían a la inconformidad y al espíritu profético de Martín Lutero para enfrentar con valor la censura, el señalamiento y la negación del Otro. Desde luego que habría un buen número de curiosos que se reunirían con Popper, Ricoeur y Carnap para ventilar problemas, dudas y preguntas filósóficas. Y así seguiríamos sumándonos a voces que aún vibran en los corazones pacíficos, misericordiosos y comprometidos con los pobres como la Madre Teresa de Calcuta, Monseñor Romero, Pedro Casaldáliga, Ulcué Chocué, Alcides, entre otros.
Si volvemos la mirada a nuestros jóvenes de diversos contextos - académicos, laborales y recreativos- seguramente que podríamos ver en sus palabras, acciones y decisiones la mentalidad con la que fueron educados al interior de sus familias e instituciones académicas. En algunos se percibe el espíritu de caverna y en los otros, el espíritu de soñador. En los primeros, considero a aquellos que desde su más tierna edad han sido sometidos a vivir en una “burbuja”, protegidos contra todo tipo de “contaminación social”; en sus sueños hay huellas de domesticación; las búsquedas de iniciativas se fueron esfumando gradualmente; la responsabilidad personal y social está ahora delegada a instancias de poder; ya se acostumbraron a competir indiscriminadamente con quienes creció juntos.
Por el contrario, quien fue formado con espíritu soñador, a quien llamo autobiógrafo, aprende a combinar en su propia vida las mil pinturas; se arriesga a pintar de verde el sol; abraza con ternura a cada flor. Vincula a su propia narración a Caperucita Roja, a Harry Potter, a Mafalda, a Blanca Nieves, a Pulgarcito y a Cuasimodo. Con ellos arma narraciones multívocas y dialogantes.
Finalmente, quienes tenemos una responsabilidad con nuestro país debemos preguntarnos si conservamos un espíritu soñador o mantenemos un espíritu de caverna. Seguramente nuestros estudiantes o las personas con quienes mantenemos múltiples contactos nos evalúan en uno u otro sentido. Lo importante es reconocer esa perspectiva y discernirla para dar giros radicales o para conservar el frescor de un espíritu que no cesa de ejercer un espíritu autorreflexivo en aras de hacer consciente y explícita una labor, una búsqueda intelectual o una acción moral.