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LOS VESTIGIOS DEL MUNDO EN EL CEREBRO







REVISTA EDUCACIÓN Y CULTURA
No 78. Marzo del 2008. Bogotá.



Autor: EDILBERTO LASSO CÁRDENAS

Profesor Fundación Universitaria Luis Amigó
Profesor UNAD.

lassoinvestiga@yahoo.es




RESUMEN:

El mundo sigue dejando sus huellas en el cerebro. Lastimosamente muchas de ellas están afligiendo considerablemente, y de modo particular, el cerebro de las personas víctimas de la violencia. Los neurocientíficos han evidenciado, en este particular órgano, una serie de traumas y lesiones neuronales que han hecho difícil su tratamiento (terapias) o recuperación.

Nada fácil resultará examinar las acciones morales de las víctimas perturbadas considerablemente, por la violencia, en su conciencia y su libertad. A la sociedad y al Estado les compete comprender, acoger y velar por el cuidado psíquico de sus ciudadanos. A los dos les está confiado la creación de las condiciones propicias que conduzcan a modificar las redes neuronales de los afectados, gracias al aporte razonable de la educación al momento de favorecer, en el aula, la convivencia, no en espacios homogéneos y monológicos, sino en escenarios enriquecedores y multívocos. Los aprendices tienen que contar con las facultades y medios para imaginar mundos más habitables por todos, en los que sea posible construir civilizadamente mi yo y la colectividad.

PALABRAS CLAVE:
CEREBRO
TRAUMAS NEURONALES
VIOLENCIA
CRUELDAD
ACCIÓN MORAL
RESPONSABILIDAD MORAL
LIBERTAD

Neurocientíficos, neurobiólogos y neurólogos no cesan en su afán por desentrañar cada misterio que oculta una red neuronal, un hemisferio o el lóbulo frontal del cerebro. Cuidadosamente se adentran, con el escalpelo crítico, al interior de este particular órgano procurando dejar sentado un sinnúmero de dudas e interrogantes alrededor de su estructura y funcionamiento. Lamentablemente, en las arduas indagaciones, estos estudiosos han encontrado en el cerebro, no precisamente, episodios gratos sino unas cuantas marcas fruto de ultrajes, lesiones y heridas ocasionadas por la violencia. Las variadas prácticas de crueldad -una masacre, el secuestro, la desaparición forzada, la tortura o el asesinato- parecen haber desbordado y modificado, para siempre, la estructura del cerebro tanto de las víctimas como de los victimarios. Los traumas neuronales sufridos por éstos van a incidir necesariamente en su conciencia como en las relaciones que establezcan con próximos y lejanos. La responsabilidad o el juicio moral que se les pueda endilgar por sus decisiones y opciones, particularmente de las personas indefensas, que han soportado un acto ignominioso, no pueden estar sujetas al capricho de una moral casuística, conductista e instrumental sino que amerita de la sociedad sensatez, reflexión, comprensión y especial cuidado.

Científicos como Maggie Schauer, Frank Neuner y Thomas Elbert1(2004) efectuaron una serie de investigaciones sobre las perturbaciones psíquicas que han padecido los refugiados de Gulu, capital del distrito al norte de Uganda África, expuestos al terror de las guerras civiles acaecidas en los años recientes. Encontraron, al inquirir por la génesis de los traumas psíquicos, que el encéfalo de las víctimas de la violencia no almacenaba un recuerdo hilvanado sino escenas aisladas y fragmentadas desgarradas del contexto debido al estrés emocional vivido durante el episodio cruel. Asimismo evidenciaron las secuelas, lesiones cerebrales, traumas neuronales y el síndrome por estrés postraumático que el terrorismo o la guerra dejó en los desterrados, lo que les llevó entonces a proponer algunas terapias o ayudas –“terapia de exposición narrativa”, prótesis neuronales, reforzamientos artificiales e incluso terapias genéticas- que aliviaran, curaran y recuperaran heridas internas y externas, la estabilidad psíquica, las funciones del cerebro o la capacidad para que el afligido pudiera dirigir artificialmente los movimientos de sus manos.

Los cincuenta años de conflicto armado en Colombia continúan incidiendo irreversiblemente, y sin contención alguna, en los cerebros de poblaciones, viudas, huérfanos y demás afectados ya sea directa o indirectamente por tan abruptas rupturas, tan prolongados duelos, tan insoportables dolores y tan angustiantes miedos que les ha acarreado gravísimas consecuencias psicosociales. Se ha demostrado que las víctimas incrementaron o agudizaron la inseguridad afectiva; enmudecieron la palabra y el reclamo de reparación; evitaron todo encuentro colectivo e internalizaron la indiferencia, la negación de sí y la dependencia.

La neuróloga Susan Greenfield2 (2002) hace alusión, en sus pesquisas sobre el cerebro, a la modificabilidad cerebral de varios soldados norteamericanos que participaron en la guerra de Vietnam. Esta científica comprobó que una vez los soldados llegaron a casa tras esa guerra, empezaron a aflorar, en ellos, una serie de consecuencias nefastas para su vida personal, familiar y comunitaria. Algunos perdieron ciertas habilidades sociales; a otros, la guerra les arrebató la bondad; muchas vidas se desmoronaron; el sin sentido invadió a no pocos; en otros se anuló la capacidad de optar y de hacer planes; hay quienes decidieron aislarse, y que, por lo mismo, perdieron el contacto con ellos mismos y con los demás. Susan probaría entonces que la estructura del cerebro de estos soldados había cambiado irremediablemente.

Contrario a lo que en el común se suele creer, el cerebro no está diseñado para subsistir por sí, distante de la cultura, ni para encontrar sentido por sí, ajeno a las pretensiones del sujeto. No es un órgano inmune al contacto con el contexto. Tampoco es un ente fijo y dado que actúa autosuficientemente y en el vacío. Al contrario, el cerebro es flexible, dinámico y evoluciona acorde con las conexiones neuronales o sinapsis que el sujeto logre establecer conveniente y significativamente con el mundo. Lo importante es que se habitúe a transitar, no en una realidad monótona, unilateral y violenta sino en escenarios múltiples en los que sea posible tejer, creativa y civilizadamente sentidos diversos gracias a: la configuración tensionante de mi yo, la ventilación renovada de los hitos familiares, la viabilidad de las narraciones, que se promueven en el aula, para tejer mejores formas de habitar el mundo, y, la comunicación y asimilación tanto de las más disímiles memorias como de las convicciones más singulares de las culturas.

Varios estudiosos del cerebro están empeñados en provocar, a través de la presentación abierta de sus interrogantes, más preguntas que respuestas, más dudas que certezas. Sus rigurosas investigaciones y sus arduos experimentos van a contribuir, en un primer momento, a derrumbar mitos, a desmantelar prejuicios y a generar hipótesis más confiables, dada la complejidad de las redes neuronales, la evolución y el funcionamiento del cerebro. En un segundo momento, va a facilitar mecanismos que conduzcan establecer una interacción más afortunada entre el cerebro y el mundo, y en un tercer momento, va a animar el debate respecto a la responsabilidad moral de las acciones de sujetos expuestos a estímulos atroces.

En el caso de Michael Pauen3 (2002), las inquietudes que esboza están relacionadas con la ética y el cerebro: ¿cuánta libertad nos deja el cerebro? Si todas nuestras decisiones dependen de nociones de valor que se encuentran determinadas en el cerebro ¿somos hombres libres o marionetas? Benjamín Libet, citado por Michael Esfeld y Michael Herzog,4 (2006) sugiere las propias: ¿inicia en el cerebro una acción antes de ejecutarse? ¿Es el libre albedrío tan sólo una ilusión? De igual modo Gerhard Roth interroga: ¿cómo saben los neurobiólogos de qué manera determinados estados de conciencia dependen de la actividad de ciertas estructuras del cerebro? En este sentido Susan Greenfield, en sus estudios sobre el cerebro y las entrevistas que realizó con varios científicos, deja entrever algunos interrogantes que persisten en sus investigaciones: ¿cómo generan conciencia las células del cerebro? ¿Yo le ordeno al cerebro para que haga o es el cerebro el que ordena las acciones? ¿Entra primero el cerebro en funcionamiento o es usted quien lo hace? ¿Podemos hablar de la moral en términos neurobiológicos? ¿Nuestra capacidad moral es fruto de los complejos mecanismos neuronales que se producen en el cerebro? ¿Todo lo que vemos lo construimos en el cerebro? ¿Somos lo que es nuestro cerebro? ¿Nuestros actos están determinados por la fisiología del cerebro? ¿Dónde se encuentra en el cerebro las emociones, los juicios y los razonamientos morales? ¿Se cierne sobre la humanidad un relativismo moral? ¿Todos los cerebros poseen la sorprendente flexibilidad? ¿El terror puede cambiar la estructura del cerebro? ¿Hasta dónde somos responsables de nuestras acciones si no somos conscientes de la modificabilidad del cerebro por el impacto de la violencia -debido a una lesión, una epilepsia o un trauma-? Estos dos últimos interrogante es similar a la cuestión que presentan Paul Hoff y Steve Klimchak5(2005): ¿qué tanta voluntad del hombre es libre si el pensamiento y sentimiento del actuante están limitados y coartados, por ejemplo, por una enfermedad mental, la drogadicción o un arrebato pasional?

De otra parte Verena Ahne6 (2007) pone en evidencia, en sus interrogaciones, la tensión que representa la implantación de un chip en el cerebro: ¿deja un ser humano de serlo, si se sustituyen o modifican partes de su cuerpo, en particular de su cerebro por implantes artificiales? ¿Amenazan su autonomía? ¿Se ajusta a la ética el reforzamiento artificial de los humanos? Esta autora avizora una duda respecto a la incidencia ética que representaría el hecho que los parapléjicos podrán volver a caminar gracias a un chip implantado en el cerebro -preparado para “leer los pensamientos”-: ¿cómo medir la responsabilidad de una acción moral en un individuo sometido, por razones médicas, a una prótesis neuronal? En igual sentido Frank W. Ohl y Henning Scheich7 (2007) inquieren: ¿cambiaría la personalidad de un ser humano después de implantarle una prótesis en el cerebro -un chip en la cabeza-? ¿En qué momento se cruza el umbral más allá del cual, un recambio artificial de mi “hardware” biológico cambiará mi Yo? La revista Mente y Cerebro, al tratar un asunto relacionado con el cerebro le traslada una inquietud a un científico: ¿cuáles son las posibilidades de intervención en el cerebro? ¿Qué efectos mentales pueden conseguir los implantes neuronales o los neurofármacos? Esther Mancheño Maciá y Minerva Jiménez y Ribotta8 (2005) llaman la atención sobre la regeneración de neuronas: ¿es factible repararse el cerebro con progenitores neuronales? Por su parte Metzinger pregunta ¿el cerebro está preparado para hacer frente a miles de estímulos que lo invade los medios de comunicación? Este autor emplea la “neurotécnica” para medir la repercusión de los medios de comunicación en el cerebro. Considera que los entornos mediáticos, que creamos para nosotros mismos, podrían revestir una amenaza mucho mayor que la simple manipulación farmacológica. De momento, continúa deliberando el autor en mención, vivimos en mundos mediáticos artificiales, para los que el cerebro humano no está óptimamente preparado.

A tenor de lo anterior, resulta complejo emitir un argumento o una respuesta concluyente concerniente a la incidencia de la violencia en el cerebro. Igualmente es complicado formular un juicio sobre una acción moral que ejecute una persona, simplemente por los efectos externos de sus acciones, pues ¿Cómo establecer la libertad y la responsabilidad moral de ésta si está perturbada por un problema genético, una lesión del lóbulo frontal, un implante artificial o un acto cruel?¿En qué sentido podría asegurarse que el sujeto, que se encuentra en circunstancias traumáticas, cuenta o no con todas las facultades para sopesar decisiones, elegir criterios, prever consecuencias y discernir opciones?

A los afectados, por lesiones cerebrales o traumas severos causados por la violencia, les son negadas toda posibilidad de aparición. Su sola presencia perturba e incomoda la supuesta “normalidad mental” de la mayor parte de la sociedad. Este hecho se visibiliza en los individuos que, como lo señala Albert Camus, en La Peste, son arrojados, sin transición, al más denso silencio de la tierra. Ahí en un manicomio, una clínica de reposo o una cárcel concluye nefasta y prematuramente una vida. Pese a estas condiciones adversas, algunas instituciones prosiguen en su compromiso de restaurar y reeducar personas que lo requieran. Este denodado sentido por lo humano se asemeja a la mirada altruista de Dostoievski, y que aparece en Los hermanos Karamazov, por rehabilitar al individuo destruido, aplastado por el injusto yugo de las circunstancias, del estancamiento secular y de los prejuicios sociales.

Más allá de abogar por un relativismo ético que pueda conducir a un permisivismo moral o a una impunidad rampante frente a la ley, o de otorgarle, al individuo vía libre para justificar sus acciones crueles y de lesa humanidad, el Estado debe velar por el cuidado psíquico como por la higiene psíquica de los ciudadanos, apartado, desde luego, de todo aquello que suene a la simple “medicalización” de los problemas que, más bien, en muchos casos, tienen una causa política. Al Estado le urge igualmente ocuparse del bienestar de las personas afectadas por la violencia. Las terapias o ayudas que brinde suficientemente deben tener presente las particularidades sociales, culturales y temporales de las personas y colectividades. Para tal fin, los peritos que estén a su cargo tienen que contar con las condiciones necesarias para pensar, proponer y ejecutar las estrategias pertinentes a los afligidos. La respectiva sistematización de los acompañamientos y apoyos permitirá que los avances, tropiezos y retos de estos esfuerzos intencionados estén caracterizados por la explicitación y la memoria sin dar lugar a simples asistencias, por lo general, atemporales, ahistóricas e improvisadas.

A la educación le corresponde, en buena medida, realizar ingentes esfuerzos tendientes a modificar las redes neuronales de los aprendices. Las conexiones sinápticas deben reforzarse para que en el sujeto se mantenga vivo el espíritu de asombro, la curiosidad por la pregunta, la motivación por la indagación cooperativa, la creatividad para jugar con las palabras, el riesgo para armar y desarmar hipótesis, la capacidad de admiración que suscita la naturaleza y la pausa interior para tomar decisiones más discernidas. Esto será posible en la medida en que el aula se convierta en el escenario propicio donde vehiculen las multívocas voces, producciones y concepciones de mundo, esto es, respeto y valor que representa para un grupo no solamente el consenso sino el disenso, serenidad para aceptar que el otro tiene, en varios momentos, un argumento más convincente y sensato que el propio, disposición para callar, escuchar y hablar oportunamente ,y, actitud para ceder, negociar y reconocer tanto las fortalezas como las debilidades y ambigüedades. En definitiva la plasticidad del cerebro del sujeto conlleva a que éste permanentemente se identifique y se desidentifique, fruto de la habilidad que tiene para aprender y desaprender constantes.



Bibliografía

Ahne, Verena (2007). “Neuroprótesis”. En: Revista Mente y cerebro. Número 22 (Jan/Feb). Barcelona. Prensa científica.

Hoff,Paul y Klimchak (2005). “Libertad y enjuiciamiento criminal”. En: Revista Mente y cerebro. Número 10 (Jan/Feb). Barcelona. Prensa científica.

Könneker, Carsten (2003). “La visión materialista de la neuroética”. En: Revista Mente y cerebro. Número 4 (Jul/Sep). Barcelona. Prensa científica.

Mancheño Maciá, Esther y otro (2005). “¿Es posible la reparación del cerebro?”. En: Revista Mente y cerebro. Número 15 (Nov/Dec). Barcelona. Prensa científica.

Schauer, Maggie y otros (2004). “Secuelas de las guerras civiles”. En: Revista Mente y cerebro. Número 8 (Jul/Sep). Barcelona. Prensa científica.

Seidler, Günter H. y Reinberger, Stefanie (2005). “Superación de experiencias traumáticas”. En: Revista Mente y cerebro. Número 14 (Sep/Oct). Barcelona. Prensa científica.

Pauen, Michael (2002). “Cerebro y libre albedrío”. En: Revista Mente y cerebro. Número 1 (Oct/Dic). Barcelona. Prensa científica.

Ohl, Frank W. y Scheich, Henning (2007). “Neuroprótesis interactivas”. En: Revista Mente y cerebro. Número 25 (Jul/Aug). Barcelona. Prensa científica.

BIBLIOGRAFIA -VÍDEOS

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_______________(2002). Desarrollo mental. Todo sobre el cerebro. Vídeo. BBC.
_______________(2002). Fenómenos cerebrales. Todo sobre el cerebro. Vídeo. BBC.




1. Schauer, Maggie y otros (2004). “Secuelas de las guerras civiles”. En: Revista Mente y cerebro. Número 8 (Jul/Sep). Barcelona. Prensa científica. pp. 69-73.
2. Greenfield, Susan. (2002) Primero entre iguales. Desarrollo mental. Fenómenos cerebrales. Todo sobre el cerebro. Vídeos. BBC.

3. Pauen, Michael (2002). “Cerebro y libre albedrío”. En: Revista Mente y cerebro. Número 1 (Oct/Dic). Barcelona. Prensa científica. pp. 64-70.
4. Esfeld, Michael y Herzog, Michael (2006). “Acotaciones epistemológicas al problema mente-cerebro”. En: Revista Mente y cerebro. Número 20 (Sep/Oct). Barcelona. Prensa científica. pp. 26-29.
5. Hoff,Paul y Klimchak (2005). “Libertad y enjuiciamiento criminal”. En: Revista Mente y cerebro. Número 10 (Jan/Feb). Barcelona. Prensa científica. pp. 14-18.
6. Ahne, Verena (2007). “Neuroprótesis”. En: Revista Mente y cerebro. Número 22 (Jan/Feb). Barcelona. Prensa científica. pp. 33-39.
7. Ohl, Frank W. y Scheich, Henning (2007). “Neuroprótesis interactivas”. En: Revista Mente y cerebro. Número 25 (Jul/Aug). Barcelona. Prensa científica. pp. 33-35.
8. Mancheño Maciá, Esther y otro (2005). “¿Es posible la reparación del cerebro?”. En: Revista Mente y cerebro. Número 15 (Nov/Dec). Barcelona. Prensa científica. pp. 35-38.